Con su tercer disco recién editado, Our love to admire, el cuarteto evoluciona en su sonido, ahora más reflexivo e hipnótico. Abandonan la cuerda floja en la que caminan las nuevas bandas que temen firmar su último disco, que en ocasiones es también el primero, y se adentran por caminos propios. Ya no suenan a Joy Division, grupo del que en realidad siempre renegaron, aunque tampoco se acercan a su idolatrado Nick Cave.
Sus letras continúan oscuras y en ocasiones ininteligibles. Sus guitarrás mantienen parte de su tradicional sonido punzante y algunas de las canciones del disco, como The Heinrich Maneuver, recuerdan a sus trabajos anteriores, rápidas y con las quitarras que les emparentaban con todas las bandas de post-punk de finales de los 70 y principios de los 80 y con grupos como Television.
En realidad, el sonido del nuevo disco se vislumbraba en canciones anteriores -Untlited, Specialist y NYC- y puede que no sea más que la evolución un lógica que desea alejarse de los "suena como" para acercarse a los "esto es Interpol".