En 1929 comenzó a estudiar Derecho en Río de Janeiro. Durante los años universitarios escribió las letras de diez canciones que interpretaron los hermanos Tapajós. En 1933, al finalizar sus estudios, publicó su primer libro: Caminho para a distancia. Después llegaron Forma e exegese y Ariana, a mulher. Mientras, durante esos años, trabajaba como censor cinematográfico.
En 1938 consigue una beca para estudiar en Oxford, tiempo que comparte con la publicación de nuevos poemarios. Años después accederá al cuerpo diplomático y se marcha a Los Ángeles como vicecónsul. Es su primer destino. Le seguirían Francia y Uruguay. Después, llegaría la expulsión del cuerpo diplomático brasileño.
En ese momento comienza a dedicar su vida de manera exclusiva a la música y la literatura. Una curiosidad, a pesar de comenzar a componer con apenas 18 años, en realidad abandona la música hasta el año 1953, cuando escribe su primera samba.
En 1956 conoce a Antonio Carlos Jobim, otro genio de la música contemporánea con el que forma el movimiento conocido como Bossa nova, que significa nueva voz. Este movimiento supuso la unión de la música tradicional brasileña, la samba, con el jazz.
Este dúo compuso el gran himno de la bossa. Inconfundible, la Garota de Ipanema se ha convertido en una de las canciones más versionadas de la historia melódica. El mismísimo Sinatra -el crooner por excelencia- se atrevió a enfrentarse a esta composición de apenas dos minutos. Breve como las buenas canciones de punk. El resultado, comparado con el original no le llega a la suela de los zapatos. Que Frank me perdone.
A pesar de que De Moraes se incorporó tarde al mundo de la música, grabó un buen número de discos. Quizás los más destacados sean Afro-samba, que compuso y grabó con el virtuoso guitarrista Baden Powell -no el fundador de los Scouts-, y el falso directo en el bar La Fusa, en Mar de Plata, Argentina.
El brasileño, que saltó a los escenarios pasados los cincuenta años, quedó encantado de su actuación ante el público argentino. Tal fue su fascinación que se le ocurrió grabar un disco de estudio e incluir el sonido de los asistentes a uno de sus conciertos en La Fusa. Chascarrillos, risas e interpretaciones que en realidad es ante un reducido auditorio de 25 personas que acudieron al local de grabación. El resto, el murmullo, el ambiente del lugar, se ‘incrustó’ después.
En este ‘no directo’ la compañía no podía ser más selecta: Toquinho, guitarra y voz. María Creuza, voz. Mario ‘Mojarra’ Fernández, contrabajo; y Enrique ‘Zurdo’ Roizner, batería. El éxito de este disco fue tal que Vinicius entró de nuevo en el estudio. Un año después, en 1971, graba una segunda parte, en la que incluyó a otra María, en este caso Betanhia. El disco se materializó en un par de días y, de nuevo, fue un éxito, aunque quizás carece de la alegría y espontaneidad del primero.
Vinicius recordaba que el disco, uno de los más vendido de la historia de la música brasileña, contó con todos los elementos que él consideraba esenciales para hacer un buen trabajo: whisky y mujeres bonitas. Así lo dejó escrito en la portada.